domingo, 3 de junio de 2012

El Destino de una mente capítulo 4

IV Pasaron algunos años en la vida de Rosaura, quien se había convertido en una adolescente guapa y atractiva. La joven cursaba la secundaria en el mismo colegio religioso en donde estudió la primaria. Esta escuela era exclusiva para señoritas y debían portar un incómodo uniforme que Rosaura detestaba usar. La joven desarrolló un carácter alegre y extrovertido que en ocasiones se hacía rebelde, lo que le causó varios problemas con las hermanas religiosas que educaban en el colegio, quienes trataban de aleccionarla por medio de castigos y el rezo de rosarios. En una ocasión fue sorprendida bebiendo agua bendita de la capilla de la escuela; la joven decía que tomándola se le saldría el “chamuco” de su cuerpo. El castigo que recibió fue rezar nueve rosarios. En otra ocasión fue castigada por golpear con el puño cerrado a una compañera en el rostro después de que se burló de ella porque sus padres eran divorciados; su castigo fue permanecer hincada en el patio central del colegio tomando dos borradores en cada mano con los brazos extendidos durante toda la mañana, en medio de un sol quemante y un calor sofocante que hicieron a Rosaura sangrar de la nariz profusamente. Despés de quince minutos su rostro blanco se ruborizó por completo, y sintió que su cuerpo se desvanecía. A pesar de todo esto soportó de manera estóica ese castigo tan cruel, y las hermanas religiosas quedaron sorprendidas. Rosaura estaba convencida que mientras más sufrimiento padeciera se haría más merecedora de entrar al Reino de los Cielos. Rosaura continuaba viviendo con su madre y sus dos hermanos en la misma casa en la que pasó su infancia. Aunque se encontraba deteriorada por el paso del tiempo, la vivienda aún conservaba algo de su belleza original. Mercedes no pudo entablar otra relación estable, y la mayor parte del tiempo la dedicaba al cuidado de su hijo Rubén, quien ya contaba con siete años de edad. El niño creció sin secuelas neurológicas,, aunque era un niño tímido y retraido que constantemente exigía la atención de su madre. Mercedes le obsequiaba juguetes y cumplía todos sus caprichos para complacer a su hijo y acallar su propia consciencia. Alberto vivía solo en el mismo lugar desde que abandonó a su famila. Su salud se encontraba deteriorada a causa de su alcoholismo y desarrolló hipertensión arterial. Para ese entonces Alberto ya era un lego en medicina, por lo que no se daba cuenta de sus síntomas; ocasionalmente consultaba con un amigo que también era médico y le daba tratamiento para su enfermedad, aunque Alberto prefería hundirse en la depresión y embrutecerse con el alcohol. Durante los fines de semana era visitado por Rosaura, siendo ella la única de sus tres hijos que lo frecuentaba. Cierto día la joven le hizo una pregunta directa a su padre. -Papá, ¿tú sabes porqué mamá no me quiere? -Eso te lo debe contestar ella. –respondió Alberto de forma adusta. -Pero tú debes de saber algo, dime por favor. –insistió Rosaura. Alberto miró a Rosaura de forma severa, lo que atemorizó a la chica; inmediatamente comprendió que no debía preguntar más sobre ese asunto y guardó silencio. El hombre cambió el tema de la conversación para tranquilzar un poco a su hija. -Cuando veas a tu tía Olga mándale un saludo. -De tu parte –respondió Rosaura, dando por terminada la conversación. Mientras tanto Andrea cursaba la preparatoria, en donde se distinguía como una alumna sobresaliente, aunque tenía un gran complejo de inferioridad; la joven se sentía poco atractiva y no era muy popular entre los jovenes de su edad. En ocasiones envidiaba a Rosaura por su belleza y tenía problemas con ella. Cierto día las dos hermanas tuvieron una agria discusión después de que Rosaura tomó un vestido de Andrea sin su permiso. -¿Por qué te pusiste mi vestido, idiota? –preguntó Andrea furiosa. -Me lo puse sólo por un rato, no es para tanto. -¡No quiero que vuelvas a tomar mis cosas! ¡Aprende a respetarme, perra! -¡Lo que pasa es que me tienes envidia porque yo soy bonita y no soy chaparra y fea como tú! En ese momento Mercedes entró a la habitación después de escuchar los gritos de sus hijas y reprendió a Rosaura por lo sucedido. -¡Deja en paz a tu hermana, pendeja! –dijo Mercedes-. ¡No tienes derecho a insultarla de esa manera! ¡Te crees muy bonita, pero mira tus senos, son más pequeños que dos limones! Después de decir esto Mercedes tomó un cinturón y lo azotó violentamente contra el cuerpo de Rosaura, haciendo que se refugiara en una esquina de la habitación para protegerse de su madre. La joven se mantuvo agachada durante varios segundos y miró a Mercedes con un profundo odio. Posteriormente se levantó y salió de la casa llorando amargamente. Mercedes quedó de pie en la habitación con Andrea, que contemplaba la escena con una sonrisa burlona, sin mostrar ningún remordimiento por sus actos. Rosaura se dirigió a casa de su tía. Al llegar a la vivienda la joven tocó la puerta, y después de varios segundos apareció frente a ella Olga, quien se sintió preocupada al ver a su sobrina con los ojos llorosos. Después de entrar a la casa la joven le contó a su tía todo lo sucedido con la voz entrecortada. Olga la escuchaba atenta y trató de consolarla hablandole de manera calmada con su voz suave y femenina. -A veces cuando nos enojamos hacemos cosas sin pensar en las consecuencias –dijo Olga. -Pero mi mamá siempre me trata mal, me humilla frente a los demás y siempre señala mis defectos, es una mala madre. –respondió Rosaura llorando. -Nunca digas eso, Rosaura. Debes de comprender a tu madre y no juzgarla. Ven, vamos a rezar un rosario, así te sentirás mejor y estarás más cerca de nuestro Señor. -La verdad no tengo ganas de eso ahora, tía. ¿Puedo quedarme a dormir aquí esta noche? –preguntó Rosaura. -Está bien, hija –respondió Olga-. Ya sabes que aquí siempre eres bienvenida, mañana rezaremos el rosario. Rosaura platicó con su tía durante una hora más y cuando se sintió más tranquila, se retiró a dormir. Derechos Reservados Raúl Sepúlveda Tello 2011

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